La capacidad de perdonar es un ejercicio de humildad y madurez. Cuando la figura de autoridad reconoce cuando comete un error delante de su hijo, está forjando los siguientes valores: la humildad, la comunicación, la aceptación y las relaciones humanas. El mayor valor modelado al pedir perdón, es el respeto al otro. Al pedir perdón se le enseña al niño a reconocer sus propios errores y crear empatía con los demás.
El aceptar los errores es una forma de crear seguridad y modelar cómo se manejan las faltas. Lo que indica la capacidad de reconocer lo que no está bien, responsabilizarse por sus acciones y buscar soluciones.
El reconocer los errores no es signo de debilidad, sino que permite un mejor desarrollo del autoestima ya que el identificar las fortalezas es importante para un buen autoconcepto, pero aún más importante es el admitir las debilidades.
El pedir perdón tampoco muestra falta de autoridad. La autoridad se maneja mejor cuando se definen bien las reglas, se siguen y se crean demandas y exigencias para llevarlas a cabo; al igual que las consecuencias. La mejor forma de educar es por medio del modelo a seguir. El ser humano aprende más por las vivencias. Al pedir perdón no deja el adulto de asumir su postura de autoridad; sino que por el ejemplo, enseña al hijo, a reconocer cuando no tiene la razón.
El pedir perdón a un hijo, cuando la acción va en contra a lo que el padre verbaliza, modela consistentemente y exige; les enseña que se puede retomar las acciones erradas e iniciar nuevamente. El solo pedir perdón sin haber un seguimiento coherente de lo que se quiere enseñar, no presenta una misma validez, que un perdón con intención y seguimiento a la palabra.
Fuente: nuestroshijos.do