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Aceptar al otro

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Amar es, entre otras cosas, comprender a la persona que se ama. Para un mayor amor, se debe buscar comprender mejor al otro, aun cuando esto sea difícil.

En efecto, muchos son los esposos que dicen que lo más difícil en el matrimonio es adaptarse a la personalidad del cónyuge, avenirse a él.

Las causas de esta dificultad son ciertamente diversas. Hablando directamente del principal problema, es que los esposos no se acuerdan de que sus esposas son mujeres, y se comportan como mujeres, mientras que las esposas, con frecuencia cometen el error de querer que sus maridos actúen no como hombres, sino como mujeres.
Ya lo saben: los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. A no olvidarlo.

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Se puede evitar este problema, o encontrar más fácilmente la solución, si uno toma conciencia de lo que es propio del hombre y de lo que es propio de la mujer.

Este aprendizaje debería ya hacerse en la etapa del noviazgo. Que cada novio comprenda a su novia en sus reacciones de mujer y que cada novia acepte que su novio se comporta como hombre.
Así de sencillo. Así de sencillo de entender, no tan sencillo de practicar.

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Hacer nacer una pareja unida es para todos un deseo legítimo. Todos quieren ser uno, todos quieren caminar tomados de la mano. Esta ambición todos la tienen y no basta con esforzarse en conocer al otro, también es necesario conocerse bien uno mismo. Debo conocerme mi propia personalidad y la de mi cónyuge, y saberlas armonizar, saberlas ensamblar.

En ese camino de conocerme y conocer al otro debo reflexionar sobre varios puntos que son esenciales para la unidad. Debo partir de que el hombre es hombre y la mujer es mujer con todas las características que los diferencian. Nunca debo olvidarme de esta circunstancia.

La constitución física de los dos es diferente. Sus reacciones son diferentes incluso frente a una misma circunstancia.

El modo de conocer las cosas varía en el hombre y ello es producto de su forma de ser varonil. La mujer percibe las cosas de distinta forma y las llega a conocer con matices distintos.

Cada uno ama, pero cada uno ama a su manera. El hombre no ama igual que la mujer. El amor del hombre casi siempre nace en el cerebro, en su faz pensante, después quizás baja al nivel corazón, pero siempre arranca de su parte pensante. No ocurre así en la mujer. Ella siempre pone el corazón por delante.

Y por último está su vida religiosa. Es frecuente que la mujer sea más religiosa, más creyente que el hombre. Ello le viene por lo que hemos citado antes: lo religioso va más unido al corazón que al cerebro. El creer conmueve mas, emociona más.
Las cosas pueden ser razonadas, pero el misterio de la fe no puede ser razonado, de ahí que la mujer le es más fácil creer, porque ella es más proclive a primero usar el corazón y después si es necesario, pensará.

La fe, el creer, necesita entender, sin entender y esto solamente se logra desde un corazón generoso.

¿Qué quiere decir esto? Que a veces vislumbramos que entendemos esto, que no entendemos, y esto solamente se logra desde un corazón generoso; desde un corazón abierto.

Allí es donde realmente crece y se arraiga la profundidad de la fe, la profundidad de lo que creemos.

Fuente: es.catholic.net

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