Cuando tenemos en cuenta el desarrollo y las necesidades infantiles nos fijamos que muchas de las prácticas que se realizan por costumbre con los más pequeños, carecen de sentido.
Pero no nos tenemos que limitar a un cambio de ambiente, de decoración del espacio, de materiales o de las actividades que les ofrecemos a los pequeños, puesto que el punto más importante, nuestra forma de ver y entender al niño, nuestra presencia y nuestro acompañamiento.
De poco sirve cambiar las fichas por actividades sensoriales si el niño se encuentra en un entorno de directividad en el que no se sigue el deseo, el interés y la necesidad del pequeño, sino el impuesto por el adulto.
De poco sirve un ambiente bello, neutro, con muebles y juguetes de madera…si falla el respeto; el respeto al niño, a sus tiempos…
De poco sirve leer cuentos sobre las emociones, hacer murales y otras actividades si sólo se permite expresar alegría y sancionamos otras como el miedo ridiculizando, la ira castigando o la tristeza ignorando.
Y esto puede pasar cuando tenemos más en cuenta el continente que el contenido.
Una educación consciente, que tiene en cuenta al niño, exige cambiar la mirada del adulto y esto es posible cuando se reflexiona sobre las necesidades infantiles, cuando comprendemos qué necesita realmente y qué podemos ofrecerle, cómo acompañarle…
El niño es una persona capaz que se va moviendo por su propio interés y necesidad y de esa forma va descubriendo el mundo, tenemos que tener confianzaen que el niño en un ambiente adecuado, explora, descubre, juega y aprende ¡por sí mismo! dejando a su alcance las herramientas adecuadas en el momento preciso y con nuestra presencia, acompañamiento, respeto y afecto como base.
Nadie aprende en un ambiente hostil, nadie puede explorar si no se siente querido y respetado, ni siente el deseo y la motivación.
Transformar la educación exige en primer lugar, un cambio en el adulto, en la forma de acompañar al niño y su desarrollo.
Fuente: educapeques.com