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Más vale corregir a tiempo que lamentarse después

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Seguramente has escuchado alguna vez el dicho de “Quien bien te quiere, te hará llorar”. Esta frase he tardado años en entenderla. Ahora que soy madre, he aprendido que muchas veces tenemos que hacer llorar a nuestros hijos, para corregir o evitar un comportamiento. A veces es duro porque la corrección a nuestros hijos no es grata.

Corregir a los hijos: un acto de amor

Los padres, en ocasiones, nos debatimos entre dejar pasar una conducta o corregirla. Los niños tienen una baja tolerancia a nuestras negativas o censuras y es fácil que la reacción ante tal circunstancia les provoque el llanto, la rabieta o el enfado. Muchas veces nos duele ver llorar a nuestro hijo y permitimos o aceptamos ciertos comportamientos por no tener que escuchar su llanto, por no limitar su libertad o por evitar que conozcan otras facetas menos amables de la vida o de nosotros.

Mover la voluntad de los hijos y educarles, no siempre puede realizarse mediante estímulos y refuerzos positivos, alguna vez tenemos que educar con el “no” y con la frustración de los niños. Si bien es más perfecto o eficaz educar mediante aspectos positivos y la alegría, es necesario algunas veces acudir a la reprimenda y a la negación de los errores o malos comportamientos cometidos. Cuando nuestros hijos experimenten esta frustración, mediante el llanto, la ira o el enfado, debemos explicarles, una vez que estén calmados,  y si tienen edad para entendernos, la causa de nuestro proceder y las posibles consecuencias de su acción.

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Debemos acoger entre nuestros brazos a nuestro hijos con amor, mientras intentan comprender el por qué los hemos hecho llorar. Corregir a los hijos no es quitarles libertad, es enseñarles a disfrutarla, poniéndoles los límites adecuados. Si hacemos llorar a nuestros hijos es, casi siempre, por su bien.

Cuando nuestros hijos ya pueden entendernos, siempre deberíamos acabar nuestra lección del día, mediante un cariñoso y amable colofón del tipo: “si no me importaras y no te quisiera, no te reprendería. Me daría exactamente igual lo que hicieras. Si te corrijo es por tu bien, porque deseo que seas cada vez mejor persona. Yo tampoco lo sé todo y me equivoco, todos necesitamos alguna vez de un tirón de orejas”.

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Nunca debemos dejar de crecer como personas, aunque sea mediante el disgusto o la negación de nuestras apetencias, cuando éstas no son buenas para nosotros o para los demás.

Fuente: GuiaInfantil

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