Síguenos:

Criando niños bilingües

- Advertisement -
Cecilia Jan

La semana pasada, contaba cómo David (de tres años y cuatro meses) habla como un loro, pero pronunciando todavía con lengua de trapo.  Lo que no contaba es que nuestras conversaciones son bilingües. Se desarrollan  en dos idiomas: yo le hablo en chino mandarín de calle (me vine a España muy pequeña y no llegué a ir al colegio antes, por lo que me falta vocabulario y dudo con algunas estructuras gramaticales) y él me contesta en castellano, mezclando alguna palabra en chino. Los diálogos desde fuera suenan bastante curiosos, pero en casa estamos totalmente acostumbrados.

Tanto David como Natalia (23 meses) me entienden perfectamente, pero están rodeados del español de forma tan abrumadora (su padre, el colegio, los amigos, la tele) que sé que será muy difícil que se suelten a hablar en chino a menos que pasemos temporadas en China o Taiwan.

Algo que a veces resulta frustrante, sobre todo teniendo en cuenta que me pierdo la posibilidad de hacer algunas cosas con los peques en español que me apetecen y que de hecho controlo mejor, es cantar o leerles cuentos (las canciones infantiles en chino que me sé me las he tenido que aprender estos últimos años, y no sé leer en chino). Pero creo que el esfuerzo vale la pena.

- Advertisement -

Para resolver mis dudas y las que me han planteado, he hablado con Orlanda Varela, psiquiatra y coordinadora de formación sobre bilingüismo de Sinews, un centro de Madrid que ofrece terapia (psicología, psiquiatría, logopedia y terapia ocupacional) en varias lenguas, y organiza talleres periódicos para padres que tratan de criar niños bilingües.

Como introducción general, Varela me explica que para que se desarrolle a nivel nativo una lengua, se considera necesario que al menos el 20% de la actividad comunicativa real del niño tenga lugar en ese idioma. Por tanto, se trata de que durante al menos el 20% de las cerca de 12 horas que el niño está despierto, reciba estímulos en esa lengua, que serán mucho mayores cuanto más personales e interactivos sean. Además, para disipar las dudas de los padres sobre si empezar desde el principio o esperar a que ya haya aprendido un idioma, se recomienda que esta exposición sea desde el nacimiento del bebé, para aprovechar al máximo la plasticidad del cerebro.

- Advertisement -

“Los idiomas se aprenden a base de diálogo, de preguntas y respuestas, de prueba y error y de autocorrección”, dice Varela, que añade que el estímulo es mucho mayor cuando ese diálogo sirve para “desarrollar habilidades útiles a nivel real”. Es decir, es mucho más valioso que el niño hable con los padres, por ejemplo, y que aprenda a negociar por qué le tienen que dejar acostarse más tarde, o con otros niños para que le dejen jugar en el parque, que las horas que pasa en clase, en las que la interacción tú a tú con el profesor suele ser muy baja porque se tiene que repartir con otros niños, o las que está viendo la tele, aunque sea en el idioma que se pretende que domine.

[av_image src=’http://planlea.listindiario.com/wp-content/uploads/2016/12/iStock-183827597.jpg’ attachment=’6104′ attachment_size=’full’ align=’center’ styling=” hover=” link=” target=” caption=’yes’ font_size=” appearance=’on-hover’ overlay_opacity=’0.4′ overlay_color=’#000000′ overlay_text_color=’#ffffff’ animation=’no-animation’ custom_class=” av_uid=’av-397qkn’][/av_image]

Diferencias en el cerebro y capacidades especiales de las personas bilingües

La psiquiatra explica que hay diferencias estructurales entre el cerebro expuesto a un solo idioma y el expuesto a más de uno. “En las imágenes cerebrales de personas bilingües se observa una mayor densidad de materia gris especialmente en el lado izquierdo, donde se localizan las funciones del lenguaje. Pero lo que es realmente interesante es la diferencia entre aprender dos idiomas desde que nacemos o hacerlo más tarde. El cerebro almacena los idiomas y los interconecta de forma muy distinta”.

Así, “la persona que ha estado expuesta a dos lenguas desde el nacimiento activa al hablar en cada uno de los idiomas en la misma zona del cerebro (es como si fuese dos monolingües en un cerebro) mientras que los que han aprendido tardíamente una segunda lengua activan zonas distintas”. De esta forma, “los bilingües precoces no traducen, no necesitan una lengua para funcionar con la otra, sino que son capaces de activarlas simultánea o independientemente y a veces ni siquiera son conscientes de en qué idioma están hablando o pensando en un momento determinado”. Varela cita una metáfora de la lingüista Barbara Zurer, en el que las lenguas son dos árboles en un bosque. “En el niño bilingüe precoz, los dos árboles son independientes, están plantados en el mismo suelo pero cada uno tiene sus raíces. En el bilingüe tardío, uno de los árboles es el único que tiene raíces propias (la lengua materna), y sobre él crece una planta que se alimenta de la primera y depende de ella (la segunda lengua)”.

Como consecuencia de tener dos instrumentos continuamente disponibles para expresarse y pensar, las personas bilingües tienen algunas capacidades especiales, enumera Varela: una mayor capacidad metalingüística (conciencia sobre el lenguaje, una habilidad básica para aprender a leer y escribir); más facilidad para aprender otras lenguas (tercera y sucesivas), ya que “han aprendido a aprender” un idioma; mayor flexibilidad mental o capacidad para encontrar distintas soluciones al mismo problema (se considera un elemento fundamental de la creatividad); una mejor atención selectiva (capacidad para priorizar la información relevante e ignorar otra que interfiera o no interesa), no sólo en cuestiones verbales. Los bilingües tienen mayor capacidad multitarea.

En cuanto a si los niños bilingües tardan más en hablar, Varela explica que dentro de la enorme variabilidad que se da en todos los niños, sí parece que estadísticamente, los expuestos a más de un idioma tienden a situarse en el límite más alto, pero sin que suponga un retraso patológico.

Modelos de familia

Aunque cada familia es un mundo, y a la vista de los ejemplos que me han planteado, en esto de los idiomas, con parejas mixtas, movilidad geográfica, colegios extranjeros, etc., la casuística es variadísima, le pregunto a Varela por sus recomendaciones para los tres modelos más comunes:

  • Los dos padres hablan un idioma, que es distinto al del lugar en el que viven. Es el caso de Andrés, un amigo de David cuyos padres son rumanos. Si el niño está muy integrado en la lengua de la comunidad (en este caso, España), para exponerlo más a la lengua minoritaria (el rumano), lo mejor es que en casa se hable sólo en esa lengua. De otra forma, el niño tiene pocas probabilidades de oír un diálogo en el idioma minoritario, algo muy enriquecedor.
  • Cada padre habla un idioma, uno de ellos el mismo del lugar en el que viven. Es mi caso. Cada padre ha de hablar al niño sólo en su lengua. Sin embargo, “un padre sólo que hable un idioma no es suficiente”, me dice Varela en referencia al minoritario. “Sí es suficiente para desarrollar un nivel de comprensión muy bueno, prepara el cerebro del niño para sonidos que no podría tener más adelante. Pero para que lo utilice, es necesario un estímulo extra”. La experta advierte que es frecuente que los padres sientan frustración cuando después de todo el esfuerzo realizado, el niño no conteste en ese idioma -diálogos como los nuestros, yo en chino y David en español, se dan en el 80% de los casos-, por lo que recomienda no descorazonarse. “Aunque no responda, le das una oportunidad insustituible, porque el cerebro tiene una plasticidad que luego ya no se tiene”. Todo ese esfuerzo “será útil cuando reciba ese empujón que le haga utilizar todo el potencial acumulado”. La psiquiatra coincide en que el mejor estímulo es llevar al niño al país de origen de la lengua minoritaria, cuanto más temprano mejor, que tenga contacto con otros hablantes y vea que el idioma es útil, que sirve para comunicarse. Otras pistas para reforzar esta lengua son conectarse con familiares vía Skype, contratar una niñera o albegar a un estudiante que hable ese idioma, o formar un grupo de juego con otros niños que lo hablen. Se trata de que los refuerzos sean lo más auténticos y lo menos académicos posibles.

 

  • Cada padre habla un idioma, los dos distintos al del lugar en el que viven. Es el caso de Cecilia, una lectora mexicana, de marido alemán, y residente en Estados Unidos, por lo que en el colegio su hijo aprende inglés. Como en el caso anterior, cada padre debe hablar con el niño en su idioma. No hay que preocuparse por el idioma de la comunidad, ya que va a estar tan expuesto a él, en la calle, en la tele, en el parque, y sobre todo, si se va a escolarizar en esa lengua, que lo aprenderá sin problemas. También, como en el caso anterior, cada padre ha de tratar de que el estímulo en su lengua minoritaria sea suficiente.

En estos dos últimos casos, surge además la duda de en qué idioma han de hablar los padres entre sí. Varela recomienda que se siga utilizando la lengua que empleaba la pareja antes, pues será la más útil para comunicarse y además suele ir acompañada de connotaciones emocionales. En algunos casos, como el mío, es simple, pues Eduardo y yo hablamos en español, pero en otros, puede que los padres hablen entre sí un cuarto idioma que no es ni el suyo nativo ni el del país en el que viven. Ante mi duda, la psiquiatra me tranquiliza: “No, los niños no se vuelven locos. La idea que tenemos los bilingües tardíos de la confusión es porque no hemos desarrollado esas estructuras naturalmente. Otra cosa es que el niño tenga dominio activo del idioma, pero sí tendrá dominio pasivo”. Es decir, que distingue de forma natural los distintos idiomas que escucha, y los entiende.

¿Qué hacer cuando el niño se niega a hablar un idioma?

Ante todo, dice Varela, respetarlo. Para estimular al niño a que hable esa lengua, hay que ponerlo en situaciones en las que no tiene más remedio que utilizarlo, como viajar al país de origen. Si además, las asocia a los padres, mejor, es decir, si ve que la gente se dirige a nosotros en ese idioma, que hay una relación privilegiada; o cree que obtiene una ganancia por usarlo, será un refuerzo. Por ejemplo, la lengua minoritaria se puede convertir en un código secreto (“dímelo en chino y así no se enteran los demás”), o su uso puede suponer una ganancia afectiva (“qué bien que me hables en chino, con lo que me gusta”). Pero la psiquiatra advierte que no hay que presionar, ni corregir constantemente, pues desmotiva.

La experta recomienda que solo se recurra al “háblame en chino, que si no no te entiendo” si el niño es muy pequeño, y sin abusar. “En realidad, es un insulto a la inteligencia del niño”, pues este en seguida se da cuenta de que es falso. “Los niños tienen un radar, saben cuándo es necesaria de verdad esa comunicación y cuándo es artificial”, añade.

Mezcla de idiomas y corrección de errores

Hasta los cuatro años, dice Varela, es absolutamente normal que los niños mezclen las lenguas, como hace David, incluyendo palabras en un idioma u otro porque las use más, o simplemente le guste más cómo suenan. Más adelante, lo pueden hacer, pero con una utilidad: es lo que se llama cambio de código, porque cada palabra en un idioma designa algo que es culturalmente distinto. No hay que corregir al niño en ninguno de estos casos.

Otras veces, lo que sucede es que el niño emplea estructuras gramaticales de un idioma en el otro. “Las interferencias son mayores cuanto menor es la exposición a la lengua minoritaria”, explica la experta. En estos casos, recomienda la “corrección por modelado”: por ejemplo, si dice “soy cansado”, un error frecuente al extrapolar del francés, en vez de corregirle con “no se dice así”, es mejor responder usando esa misma estructura pero de forma correcta: “ya sé que estás cansado”, es decir, ofrecerle un modelo. Pero tampoco conviene abusar, pues interfiere mucho en la conversación. Varela aconseja limitarlo a las estructuras que se usen siempre mal, y reforzar la corrección con instrumentos como cuentos en los que se utilice bien.

¿Se aburrirá o se quedará excluido por usar un idioma distinto?

Es una duda que surge sobre todo al principio de la escolarización en un idioma distinto al de casa, normalmente a los 2-3 años. La psiquiatra afirma que “el estímulo para comunicarse en la nueva lengua es tan fuerte que se aprende a un ritmo espeluznante”. Por eso, aconseja no preocuparse, ya que aunque al principio puede generar cierto estrés, en muy poco tiempo se resuelve, simplemente porque el niño aprende la nueva lengua. Aún recuerdo cuando llegué a España, con cuatro años, la sensación agobiante de ir al colegio y no entender nada. Pero es cierto que ese mismo año ya hablaba español, y poco tiempo después, ya lo hablaba mejor y lo usaba mucho más que el chino.

¿Qué pasa cuando en el colegio introducen un idioma extranjero?

Por desgracia, opina Varela, en los colegios españoles no hay que preocuparse porque el estímulo del nuevo idioma, normalmente el inglés, “no suele ser suficiente ni para causar confusión”. Lo que puede ocurrir es que el niño, si está expuesto a esa lengua en casa, llegue a corregir al profesor, lo que genera un conflicto. Según los casos, puede ser recomendable que el niño escoja un idioma distinto, por ejemplo el francés; o al contrario, si no es un buen estudiante, se quede en ese idioma aunque no vaya a aprender mucho porque al menos hay una asignatura que domina y le sirve de estímulo.

¿Cómo y cuándo introducir la lecto-escritura?
  • Si los idiomas comparten el mismo alfabeto, como el español con el inglés. En este caso, normalmente las habilidades de lecto-escritura son mayores, porque tienen mayor capacidad metalingüística para extrapolar las reglas de la lecto-escritura de un idioma a otro. Varela cuenta que es normal que el niño, al empezar a leer en el colegio, aplique las mismas reglas a la otra lengua y de repente, los padres se dan cuenta un día de que sabe también leer en el otro idioma. Para ello, es importante que el niño tenga exposición a la lengua escrita, por ejemplo, leyéndole los padres en ese idioma para que identifique los sonidos que se pronuncian distinto con las letras. Para ello, son muy útiles los libros bilingües, con el texto en ambos idiomas.
  • Si los idiomas no comparten el mismo alfabeto, como el español y el hebreo o el chino. En este caso, la lengua minoritaria es independiente de la escolarización. Hay que fomentar desde pequeños la lecto-escritura, con mucha exposición a los sonidos desde el principio, y utilizando juegos como crucigramas, sopas de letras, el ahorcado, en los que tiene que usarla.

Fuente: El País

Últimas noticias:

Ahora que vuelvo, Ton

Ahora que vuelvo, Ton: un análisis del legado de René del Risco Bermúdez Eras realmente pintoresco, Ton; con aquella gorra de los Tigres del Licey,...