Es un honor para quien les habla poderse dirigir a ustedes esta mañana, honor que debo a la grata invitación que me hiciera la Comisión Permanente para la Celebración del Día Nacional de la Ética Ciudadana por mediación de la doctora Mu Kien Sang Ben, Secretaria del Consejo Consultivo, y de la doctora Sara Güílamo, Directora del Consorcio de Educación Cívica PUCMM.
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En memoria de Espaillat
Es justo que recuerde, para empezar, que uno de los objetivos de este Encuentro Nacional de Educadores Cívicos es «Mantener viva la memoria de Ulises Francisco Espaillat como ejemplo de comportamiento ético, resaltando el significado de la fecha 29 de abril para este país» (Objetivo 2).
Hay palabras que tienen valor y resonancia de consigna. Así ocurre, estoy seguro, con el nombre de Ulises Francisco Espaillat, que ha llegado a convertirse en un llamado apremiante al cultivo del civismo tanto por parte de los gobernantes, como por parte de los gobernados.
Mañana se cumplen 140 años del ascenso de Espaillat a la Presidencia de la República tras haber sido proclamado Presidente electo el 15 de abril de 1876.
«En medio de las más entusiastas aclamaciones y rodeado de una aureola de simpatía y respeto que hizo honor a la ciudadanía de aquella época, prestó juramento el Presidente Espaillat…» De este modo se expresa Bernardo Pichardo en su Resumen de Historia Patria, que por tantas décadas del siglo XX estuvo presente en las aulas dominicanas.
A Espaillat se le atribuye desde siempre, y cada día más, una «robusta virtud ciudadana». Los medios digitales de información son testigos de cómo la figura del patricio arraiga más profundamente con el paso de los años. Basta con acceder a la popular Wikipedia, a “biografías y vidas”, “enciclopedia dominicana”, “encaribe.org” o tantos otros sitios de la red para encontrar conceptos enaltecedores como los siguientes que entresaco:
«En el ejercicio de su breve mandato hizo gala de un talante político poco habitual en la época y trató de gobernar según los dictados constitucionales y democráticos, rodeándose de los hombres más capaces de la nación, al margen de sus adscripciones políticas.»
«Se negó a firmar decretos de muerte, respetó la prensa.»
Dirigió su principal interés «a mejorar el sistema educativo».
«Para 1876, Hostos lo consideraba el hombre más digno del ejercicio del Poder que ha tenido la República.»
Su gobierno fue «patriótico, honesto, progresista y democrático».
Don Ulises no sobrevivió mucho tiempo a su experiencia en la sede del gobierno. Murió unos dos años después en su Santiago natal, «rodeado de la admiración y el respeto de todos sus compueblanos», como se ha dicho con verdad; siendo igualmente cierto que «su ejemplo como patriota, político y maestro llena de orgullo a los dominicanos».
Al describir emotivamente el retiro de Espaillat de su efímero ejercicio presidencial, dice el ya citado Pichardo que «los propios conjurados se descubrieron, tal vez avergonzados, “para abrir paso a aquel vencido, augusto símbolo de la virtud republicana en nuestro país”». Y me permito acotar: el brillo moral que irradiaba de los valores positivos vividos a plenitud hacía que los propios adversarios, los que llevaban al fracaso de facto el hermoso proyecto político del mandatario, por más ofuscados y extraviados que se hallaran, se veían urgidos a reconocer desde lo más hondo de su conciencia la valía humana y civil del dignísimo ciudadano que forzaban a retirarse del mando.
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El Ulises mítico y nuestro Ulises
Monseñor Ramón Benito De la Rosa y Carpio, arzobispo emérito de Santiago, en su columna de Listín Diario del 9 de febrero de 2016, luego de preguntarse: «¿Por qué es héroe Ulises Francisco Espaillat?» y «¿Por qué se le recuerda?», contestaba:
Porque fue un hombre honrado, un político que no se corrompió… En su época, fue considerado un político fracasado, porque no se mantuvo en el Poder, pero hoy se mantiene en el poder de la mente de los dominicanos… Tenemos un héroe, Ulises Francisco Espaillat, que se caracteriza por ser un héroe que no se corrompió, que no se dañó, íntegro, como aquel Ulises mítico de la literatura griega.
De aquel Ulises mítico se han dado muchas interpretaciones, pero tal vez convenga enfocarnos solamente en el episodio literario posterior a la Guerra de Troya en que éste hereda las armas de Aquiles, que Áyax reclamaba. Algunos interpretan el pasaje como alegoría de un cambio de valores en el transcurso de la historia griega: desde aquellos momentos, el héroe principal no sería ya el guerrero más valiente, sino el más inteligente. Apurando un poco la hermenéutica, diríamos que la evolución iba en dirección a que el héroe civil, un personaje más humano e ilustrado que los guerreros del cerco de Troya, pasara a ocupar el primer plano. Así lo consagraría más adelante el dicho latino que insta a que las armas le dejen el lugar a la toga, o sea, que el poder militar le deje el puesto al gobierno civil. Es imposible no completar el símil resaltando que Ulises Francisco Espaillat se levanta en nuestra historia republicana como abanderado del civismo frente al empuje tradicional de otras fuerzas que estiman a la ciudadanía incapaz de responder libre y juiciosamente de su propio destino.
Refiere la historiadora Mu Kien Sang, en un importante artículo sobre los contrastes entre discurso y práctica del liberalismo dominicano en el siglo XIX (publicado en la revista Ciencia y Sociedad, XVI, 3, Julio-Septiembre 1991, pp. 240-251, versión PDF), que Espaillat enunciaba tres principios como base para la solución de los problemas nacionales, a saber, Libertad, Justicia y Educación.
Doy un salto en el tiempo y reflexiono, por mi parte, que las libertades públicas las tenemos garantizadas en lo esencial, mientras que en lo referente a la justicia y la educación nos encontramos todavía lejanos de tocar las metas deseadas.
Tomando como punto de referencia los datos aportados por la doctora Sang en el artículo citado, me detengo un momento en el factor educación, y específicamente, educación política. Por lo visto, Espaillat tuvo un sueño muy alto en este ámbito: proporcionarle educación política al pueblo, para todos, a todo el pueblo, digamos. Pero las circunstancias le forzaron, en la práctica, a rebajar el ideal, de modo que se tuvo que resignar a urgir tal educación exclusivamente para aquellos «que se ocupan de dirigir y encaminar las masas». Entiendo que el razonamiento que lo llevó hasta ahí resulta válido, pues se completa con el supuesto de que ellos, los dirigentes y conductores de la comunidad, difundirían la educación entre todos, actuando de multiplicadores, como diríamos utilizando una conceptualización de nuestro tiempo. Es decir, el procedimiento cambiaba, pero el objetivo al que se tendía quedaba invariable.
III. Referencias a la filosofía clásica
En este orden de cosas, puede observarse que también en el discutido diálogo República de Platón, la educación general, filosófica y política ponía su mayor énfasis en los futuros dirigentes, pues pensaba el autor que, si estos asimilaban, en teoría y en compromiso, la verdadera sabiduría, entonces, la sociedad en su conjunto estaría bien regida. Esta educación sectorial bien podríamos llamarla formación de líderes, que en Platón se relaciona con su peculiar teoría del rey filósofo o del filósofo rey.
Pero es obvio que, para alcanzar una situación equilibrada de participación en la vida pública, la educación ciudadana debe contar con una dimensión formal dirigida a todos y a todas por igual. Uno de los propósitos de esta educación es aprender a mandar, pero el otro, de igual rango, es aprender a obedecer, si es que le vamos a dar crédito a las consideraciones de Aristóteles vertidas en el Libro III, Capítulo 4 de su política. donde afirma, según la traducción de Azcárate que:
Hay […] una forma de mando según la cual se manda a los de la misma clase y a los libres. Ese decimos que es el mando político que el que manda debe aprender dejándose mandar… Por esto, se dice y esto con razón, que no se puede mandar sin haber sido mandado.
No me internaré en la exégesis del pasaje, pero les invito a ponderar lo juiciosa que resulta la apreciación de que no sabrá mandar quien no haya aprendido a obedecer. Parece razonable, sin embargo, no se le suele dar todo el peso que merece.
No olvidemos en este contexto que la otra cara de la sana obediencia es la resistencia oportuna. Educar para la obediencia es algo diferente a montar una industria para la robotización de los sujetos. Quien bien aprende a obedecer, bien aprende a resistirse cuando la voz de mando excede su medida justa.
La educación ciudadana, por su parte, debe cubrir tanto comportamientos cívicos horizontales, como comportamientos cívicos de orientación vertical. Es en esta última es donde se ubican propiamente las prácticas del obedecer y del mandar, en sus múltiples manifestaciones, dentro del orden democrático.
Conviene entender que la obediencia no se debe únicamente a los guías o gestores de los procesos sociales y políticos. Reclaman el debido respeto, antes que ellos, ciertos componentes abstractos como la verdad, la justicia y la equidad. Igualmente, las leyes, debidamente categorizadas y jerarquizadas, puesto que no todas son de la misma calidad y rango.
Para el creyente, las opciones religiosas que abraza le exigirán fidelidad de primer grado. Para el no creyente, la máxima instancia reguladora no se llamará Dios, pero un algo le dirá, con voz incallable, que no son justificables todos los procederes.
Para Tomás de Aquino, existe una ley natural, que es manifestación de la ley eterna, de fundamentación divina.
El filósofo Kant mencionaba dos cosas que lo llenaban de admiración: el cielo estrellado sobre su cabeza y la ley moral en su interior. Por decirlo más empíricamente: igual que los astros se persisten recorriendo en orden sus órbitas predeterminadas, así el complejo juego de la vida presupone una pauta de moralidad que garantice su desarrollo armónico y ordenado.
Vemos de este modo, cómo los epicúreos de la Antigüedad limitaban su hedonismo con un cálculo de moderación que frenaba los excesos. Los estoicos, por su parte, se sabían dependientes de una razón rectora y providente, fuente de un mundo de vocación ecuménica y cosmopolita, con la que era preciso identificarse para vivir bien. En otros ámbitos o momentos se privilegiarán las costumbres (li), como en la tradición de Confucio; o habrá que adherirse al Tao, como en el Libro del Camino y la Virtud, de Lao Tse. O habrá que superar, con el pensador ateo francés Albert Camus, los caminos del absurdo y de la rebelión para comprometernos con los valores de la solidaridad, el diálogo y el amor.
Y a propósito de Filosofía, debería irse pensando cómo se la restablece o se la fortalece en la escuela dominicana. La filosofía es un foro muy apropiado para debatir a fondo sobre estos temas que vamos insinuando.
Volviendo a lo anterior, Aristóteles estaba convencido de que:
el que ha comenzado por violar las leyes de la virtud jamás podrá hacer tanto bien como mal ha hecho, primeramente. Entre criaturas semejantes no hay equidad, no hay justicia más que en la reciprocidad, porque es la que constituye la semejanza y la igualdad, La desigualdad entre iguales y la disparidad entre pares son hechos contrarios a la naturaleza, y nada de lo que es contra la naturaleza puede ser bueno. (Aristóteles, Política, IV, 3, traducción de Azcárate)
Debe entenderse la cita dentro de la orientación teleológica de la filosofía del Estagirita, concepción que admite, por supuesto, discernimiento y criba, como cualquier otra opinión humana.
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La presente jornada
Dirijamos la atención a nuestro Encuentro. En la jornada de hoy se mostrarán iniciativas y logros, proyectos y realizaciones. Los organizadores y participantes aspiran a cumplir con el objetivo de «Promover entre los docentes del área de Ciencias Sociales una cultura de sistematizar y compartir con sus compañeros sus experiencias áulicas» (Objetivo número 3 del Encuentro). Y todos los puntos incluidos en el programa del día se desarrollarán con la convicción de que así contribuimos «a que la celebración de esta fecha trascienda de recordarla al accionar de todos nosotros como ciudadanos» (como reza el Objetivo 4).
Accionar, actuar, aparte de sus valores intrínsecos, es fuente de felicidad, como aseguraba Aristóteles, de quien nos despedimos por ahora con esta cita:
Se incurre en una gran equivocación al preferir la inacción al trabajo, porque la felicidad sólo se encuentra en la actividad, y los hombres justos y sabios se proponen siempre en sus acciones fines tan numerosos como dignos. (Id., ibídem)
Los hechos demuestran que ustedes creen en la acción, en el accionar encaminado a fines bien determinados y dignos. Mucho se está haciendo, de parte del ustedes, de parte de los responsables del Consorcio, de parte de sus miembros y de sus colaboradores. Se impone reconocerlo. Pero también se impone tener presente que hasta hace muy poco tiempo la situación distaba mucho de ser dorada. En efecto, hemos leído, no sin preocupación, en el Informe Nacional de Resultados del Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana, que: «En el caso de los cuatro países con menor puntaje en conocimiento cívico, República Dominicana tiene por debajo del nivel 1, el 61% de los estudiantes participantes.» (Informe Nacional de Resultados, República Dominicana, Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana iccs, 2009. Sistema Regional de Evaluación y Desarrollo de Competencias Ciudadanas, sredecc. Pág. 35 (versión PDF en: http://www.minerd.gob.do)
Desconozco los indicadores más recientes al respecto. No obstante, es suficiente para levantar el ánimo ver que se crean programas, que se prepara personal, que se experimentan y aplican estrategias en diferentes áreas, en una palabra, que se trabaja con tino, con perseverancia y con tesón. Es de esperarse, por tanto, que los nuevos datos registren avances significativos. Mantengamos la marcha, sembrando sin cesar, recogiendo los frutos con agradecimiento, revisándonos continuamente, rectificando donde sea preciso, cuidándonos de incurrir en triunfalismos extemporáneos, pero sin ocultar la alegría por los resultados positivos que obtengamos.
La buena conducta ciudadana, en todas sus modalidades y niveles, no solo es deseable, sino que es difundible y alcanzable cuando se fortifica la alianza entre el deber ser teórico y la fortaleza de voluntades íntegras, dispuestas a mantenerse decididamente en la ruta del bien común.
«No cabe duda, necesitamos talento humano para generar talento humano», escribía la educadora Dulce Rodríguez hace unos días en su columna de opinión (“La escuela cubana”, El Caribe, 18/04/2016). No cabe duda, diré parafraseándola, necesitamos virtudes cívicas practicadas si queremos que estas continúen creciendo y multiplicándose.
La expresión “virtud” o “virtudes” puede sonar un poco trasnochada para algunos, pero no veo por qué haya que renunciar a ella. Llámelas “hábitos morales” si prefiere. Lo cierto es, en mi opinión, que se pierde claridad y capacidad de acción cuando se pretende borrar del panorama esas fuerzas interiores que iluminan, mueven y guían al caminante que anda en busca de la actuación moralmente correcta.
El buen ciudadano, la buena ciudadana no es un ser que se atiene a ciertas convenciones en tanto le resulten cómodas y provechosas, pero siempre dispuesto a saltar la cuerda en cuanto la norma le incomode o la ocasión para violarla se le ofrezca. Quien quiere vivir bien, en serio, tiene que desarrollar convicciones vinculantes. Esto vale en todos los terrenos, en la vida diaria, en el amor, en el juego; y la interacción social, la política en su sentido más amplio y la política en el sentido más estricto no representan la excepción.
Hablar de virtudes cívicas es hablar de ética ciudadana. Y hablar de ética, implica ocuparse de valores. Y, quiérase o no, de deberes. En este orden de cosas, un objetivo prioritario de nuestro Encuentro es, precisamente: «Fortalecer los conocimientos conceptuales en materia de Ética Ciudadana y reflexionar sobre nuevas estrategias a implementar para formar ciudadanos éticos comprometidos con los mejores valores ciudadanos» (Objetivo 1).
“Conocimiento conceptual” se dice en primer término. Y no es un invento de ahora privilegiar el concepto. Desde la aurora de la filosofía moral en Occidente, Sócrates creyó que la clave para obrar bien consistía en saber qué es el bien. Llegó a desarrollar, incluso, lo que se ha llamado “intelectualismo moral”, que se sintetiza en el postulado de que quien conoce el bien es incapaz de actuar mal, es decir, queda incapacitado para apartarse de la conducta recta.
Hermosa doctrina, sin duda. Optimista en grado sumo. Pero lamentablemente insostenible. Puede ser que haya un modo de conocer que te condicione, más aún que te determine, es decir, que te obligue ineludiblemente a obrar de conformidad con lo conocido. Ese modo de conocer existe, con seguridad. Pero no pertenece al conocimiento discursivo humano, ni siquiera a los tipos de intuición racional o suprarracional que podemos alcanzar en esta vida.
Rechazado el intelectualismo socrático, no se rechaza, sin embargo, la necesidad de conocer el bien para poder realizarlo. La voluntad debe participar, en algún sentido, de la racionalidad, de lo contrario hablaríamos, más que de voluntad, de veleidad, de capricho. Existen la veleidad y el capricho, no es posible negarlo; pero también existe la voluntad bien orientada.
Ahora bien, es un hecho evidente que el puro saber no garantiza el obrar correcto. De ahí que sea necesario investigar cómo se conseguirá que el educando no sólo entienda lo que debe entender, sino también que lo retenga, lo interiorice y lo aplique cuando sea de lugar, con plena conciencia y con entera libertad. Conseguir la ejecución de estos últimos pasos viene siendo, en última instancia, la parte decisiva de la educación moral en cualquiera de sus planos, sin excluir, naturalmente, el de la educación cívica en sus diversos niveles y modalidades.
El acompañamiento del educador cívico al educando en el largo trecho que va del conocer al actuar, sin olvidar los pasos intermedios, debe ser tema de constante atención para psicólogos, pedagogos y educadores en general. Igualmente deberían interesarse en el mismo otros profesionales e investigadores, como publicistas y comunicadores sociales, pues además de los cometidos escolares están pendientes numerosas tareas de divulgación dirigidas a los distintos segmentos de la sociedad. A la filosofía le corresponderían tareas de clarificación de conceptos, de fundamentación teórica y de confrontación crítica de posiciones. La presencia de la filosofía en estos menesteres es insustituible, pienso. La educación del ciudadano fue emprendida en grande por un filósofo, y a la filosofía le sigue correspondiendo una parte esencial de la temática.
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Ética y educación ciudadana
En este orden de cosas, simpatizo con las escuelas tradicionales que asignan a la ética la función básica de estudiar la bondad o maldad de los comportamientos humanos, sean estos privados, intersubjetivos de nivel medio o de naturaleza política en sentido estricto. Esta postura, como cualquier otra ya enunciada o por enunciar, la coloco sobre el tapete para la discusión.
Con los diccionarios generales a la mano, veo la moralidad como la «cualidad de las acciones morales que las hace buenas o aceptables», lo cual implicará, de ordinario, «la conformidad o acuerdo con los valores morales establecidos». Cuando pienso en lo social, tomo en cuenta la dimensión política y la relaciono, por un lado, con la «actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos públicos», y por el otro, con la dimensión más genérica del civismo, o sea, la que el «comportamiento propio de un buen ciudadano», que bien puede estar constituido en funciones públicas, pero que en la mayoría de los casos no lo está.
En cuanto a educación ciudadana, dije hace un instante que la entiendo como un acompañamiento del educador al educando, que empieza en la razón para culminar en la voluntad y en la acción. Esta última es el propósito terminal del entrenamiento. Como el sujeto es libre, siempre tiene cierto aire de enigma la aplicación efectiva que hará de los desvelos que gastaron en él o ella los educadores y educadoras formales e informales que aparecieron en su vida. Tenemos que apostar por resultados positivos, sin olvidar que las palabras mueven y el ejemplo arrastra, y teniendo presente que ningún proyecto humano está inmunizado contra ocasionales fracasos.
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Tres pasajes de savater
Para no perderme en preámbulos o generalidades, dedico los momentos finales a la relación de la ética con la política, como la entiende Fernando Savater en tres pasajes que reproduzco y comento brevemente. Al hacer la selección, parto del supuesto que la política pertenece, en grande y de pleno derecho, a la Educación Ciudadana.
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Ética y política. De Ética para Amador, capítulo noveno, pp. 154-155.
Lo que a ti y a mí nos importa ahora ─dice el padre dirigiéndose a su hijo─ es si la ética y la política tienen mucho que ver y cómo se relacionan. En cuanto a su finalidad, ambas parecen fundamentalmente emparentadas: ¿no se trata de ‘vivir bien’ en los dos casos? La ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Como nadie vive aislado […] cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse olímpicamente de la política. […]
Sin embargo, tampoco faltan diferencias importantes entre ética y política. Para empezar, la ética se ocupa de lo que ‘uno mismo’ (tú, yo o cualquiera), hace con su libertad, mientras que la política intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto lo que ‘muchos’ hacen con sus libertades. En la ética lo importante es ‘querer’ bien porque no se trata más que de lo que cada cual hace porque quiere (no de lo que le pasa a uno quiera o no, ni de lo que hace a la fuerza). Para la política, en cambio, lo que cuenta son los ‘resultados’ de las acciones, se hagan por lo que se hagan, y el político intentará presionar con los medios a su alcance —incluida la fuerza— para obtener ciertos resultados y evitar otros.
En esta caracterización, obrar según la ética es obrar desde dentro, y no existe, ni puede existir probablemente, un censor ético capaz de convencerte, si te niegas, de la bondad de un ordenamiento legal vigente. Por el contrario, el obrar en el plano legal, y aquí se refiere claramente a la actuación del ciudadano común, es asunto de someterse a un ordenamiento vigente, se acepte o no interiormente. Se refiere también al actor político responsable de que este ordenamiento se cumpla a como dé lugar. No le falta razón al autor, en cuanto a que al responsable del cumplimiento de la ley no le corresponde convencerte de que la ley es buena, sino velar por que esta se cumpla.
Dos observaciones vendrían al caso: primera, el hecho de que la ley sea ley no garantiza su bondad, sin más; segunda, cierto uso de la fuerza se impone, si es preciso, para conseguir ciertos resultados y evitar otros, lo difícil aquí consiste en encontrar el justo medio: que la fuerza se aplique, cuando procede aplicarla y que la fuerza no se aplique nunca cuando no viene al caso; y bajo cualquier circunstancia, que el uso de la fuerza se mantenga de límites razonables, para no convertir la defensa de la ley en barbarie.
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Aportación de la ética a la política. De Invitación a la ética, capítulo La ciudad del hombre, p.94.
¿Tiene la ética propuestas políticas concretas que ofrecer? Para Aristóteles la respuesta afirmativa no hubiera ofrecido dudas; aún más: para él la política no es sino la prolongación de la ética por otros medios, o bien, si se prefiere, la ética es el pórtico pedagógico de la política, que prepara a esta el terreno donde debe asentarse. ¿Quiere decir esto que el estagirita ignoraba la dimensión “personal” de la ética en beneficio de su aspecto “social”, según la distinción acuñada por el individualismo moderno y que tiene la desdicha de ser juntamente pedante e ingenua? Aristóteles hubiera respondido que el hombre maduro y libre (es decir, quien no es niño, ni mujer, ni esclavo) no tiene más vida personal que la social, o sea, que su personalidad misma es cívica, como han de serlo sus virtudes, su contradicciones o perplejidades y su felicidad. […] Nadie puede pretender el bien e ignorar la política, porque lo que la ética descubre (y de aquí parte el político) es que el bien para el hombre tiene rostro social.
«La ética es el pórtico pedagógico de la política.» «El bien para el hombre tiene rostro social.» Son expresiones de Savater, inspiradas en Aristóteles, dignas de retenerse. Es ingenuo ignorar la dimensión personal de la ética, como hace la filosofía moderna, nos dice Savater, y considero que con toda razón. No es un lunar del párrafo citado, sino una aberración de Aristóteles excluir de la madurez y libertad a mujeres y esclavos; en cuanto a la exclusión de los niños, pero puede matizarse, pues su misma fragilidad e inmadurez los hace portadores de unos derechos, que, si se les negaran, se estaría negando la posibilidad de supervivencia de la comunidad.
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La factibilidad de llevar una vida éticamente correcta. De Ética para Amador, capítulo noveno, pp. 156-158.
No hagas caso de quienes te digan que el mundo es políticamente invivible, que está peor que nunca, que nadie puede pretender llevar una buena vida (éticamente hablando) en una situación tan injusta, violenta y aberrante como la que vivimos. Eso mismo se ha asegurado en todas las épocas y con razón, porque las sociedades humanas nunca han sido “nada del otro mundo”, como suele decirse, siempre han sido cosa de este mundo y por tanto llenas de defectos, de abusos, de crímenes. Pero en todas las épocas ha habido gente capaz de vivir bien o por lo menos empeñadas en tratar de vivir bien. Cuando podían, colaboraban en mejorar la sociedad en la que les había tocado desenvolverse; si eso no les era posible, por lo menos no la empeoraban, lo cual la mayoría de las veces no es poco. Lucharon ─ y luchan también hoy, no te quepa duda─ por que las relaciones humanas políticamente establecidas vayan siendo eso, más humanas (o sea, menos violentas y más justas); pero nunca han esperado que todo a su alrededor sea perfecto y humano para aspirar a la perfección y a la verdadera humanidad. […] Ningún orden político es tan malo que en él nadie pueda ser ni medio bueno: por muy adversas que sean las circunstancias, la responsabilidad final de sus propios actos la tiene cada uno […] Por mucho mal que hay suelto, siempre habrá bien para quien quiera bien; por mucho bien que hayamos logrado instalar públicamente, el mal siempre estará al alcance de quien quiera mal. ¿Te acuerdas? A esto lo venimos llamando “libertad” hace ya no poco rato…
¿Es este párrafo un ejemplo de conformismo mediocre? Lo tomo más bien como una muestra sobria de realismo. Sin descartar que unas épocas la aventura del vivir bien esté más expuesta a contratiempos que en otras.
Y en cuanto a que en todas las épocas hay gente que colabora en mejorar la sociedad, podemos estar seguros de que por lo menos en la nuestra las hay. Dicho sin rodeos, ustedes son de los y de las que colaboran en mejorar la sociedad, de los y de las que luchan por que las relaciones humanas sean menos violentas y más justas.
En esta sala podemos decir con justicia que no todo está perdido. Ni puede estarlo, porque las fuerzas del bien siempre son, a la larga, superiores a las del mal.
Muchas cosas se quedan en el tintero, pero extenderme más sería un abuso imperdonable.
VII. Palabras finales
Termino con una cita del diálogo donde Platón hace que Sócrates le declare a Critón por qué respeta las leyes de su ciudad, aun cuando la aplicación errónea de estas leyes lo perjudique. El tema específico es por qué Sócrates no escapa de la cárcel para salvar la vida. y este argumenta que las leyes le exigen que las respete sin más.
─Mi querido amigo —dice el anciano condenado a beber la cicuta—, no nos ha de preocupar lo que diga la mayoría de la gente, sino lo que diga el que entiende sobre lo justo y lo injusto, aunque sea una sola persona, y lo que señala la propia verdad.
La dimensión comunitaria es un atributo innegable de la verdad, de lo contrario jamás nos entenderíamos. Pero también es real la otra cara: que la verdad a veces se vuelve escurridiza, difícil de encontrar, y solo la encontramos agazapada en nuestro interior, y no vociferando en la algarabía de la calle.
Les deseo una fructífera y gratificante jornada.
Muchas gracias.
Discurso pronunciado por el profesor Ricardo Miniño en el Encuentro Nacional de Educadores Cívicos, PUCMM, Santiago, 28 de abril 2016