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¿Qué mató a los dinosaurios?

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Brian Switek

A principios de este mes, un equipo internacional comenzó a perforar una extensa cicatriz en la superficie de la Tierra. La enorme marca, en la costa del Golfo de México, mide 177 kilómetros de ancho, y la hizo un pedazo de roca espacial que chocó contra el planeta hace unos 66 millones de años.

Aquella colisión cósmica ni siquiera es uno de los cinco impactos más grandes en la historia terrestre, pero tiene un lugar muy especial en nuestra imaginación. Y es porque el sitio, llamado cráter Chicxulub, fue el punto cero para la extinción masiva que puso fin a la era de los dinosaurios.

Si bien ese impacto gigante fue el “arma” más probable en este antiguo caso de asesinato, la verdad es que sabemos sorprendentemente poco de la manera como aquel golpe condujo a semejante muerte y destrucción diseminada. Los paleontólogos han debatido las repercusiones ecológicas del impacto, desde los incendios forestales descontrolados hasta una nube impenetrable de escombros en la atmósfera.

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Pero lo que no se ha esclarecido es qué ocurrió exactamente, y cómo fue que esos impactos ambientales mataron a ciertas especies dejando que otras sobrevivieran.

Eso es parte de lo que pretende averiguar el equipo que perfora el cráter: apenas el esfuerzo más reciente en una larga historia de investigaciones que intentan descubrir qué ocurrió con los “lagartos terribles” de nuestro mundo.

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Desde cataratas hasta orugas

Cuando se describieron los primeros fósiles de dinosaurios, en el siglo XIX, los paleontólogos los consideraron solo otro grupo de animales que se perdieron lentamente en el tiempo. Especies que evolucionaron y se extinguieron conforme la vida discurría a través de las eras.

No obstante, para la década de 1920, habían encontrado tantos fósiles que los científicos comenzaron a cuestionar cómo era posible que tantos animales desaparecieran tan completamente. En una crónica, el paleontólogo Michael Benton, de la Universidad de Bristol, señaló que la literatura científica de la época registró un incremento drástico en la cantidad de artículos publicados que proponían teorías sobre la muerte de los dinosaurios.

Pero no todo el interés estaba sustentado académicamente. Fue una época de bonanza para las conjeturas descabelladas sobre la catástrofe, y al parecer, todos los que concebían alguna idea deschavetada sobre la muerte de los dinosaurios se hacían oír.

Una de las primeras teorías fue el concepto de que los dinosaurios gastaban demasiada energía corporal volviéndose grandes y espinosos, lo que les impedía adaptarse a los cambios del clima o hacer otros ajustes al ambiente global. Algunos más pensaban que los dinosaurios y otras especies fósiles tenían un periodo de vida fijo, un tipo de “senescencia racial” que los sacaba del escenario evolutivo en el tiempo señalado.

Pero las ideas inverosímiles no pararon allí. Hernias de discos intervertebrales, hormonas fuera de control, bajo impulso sexual, enfermedades, cataratas, y hasta simple estupidez; todo eso fue sugerido.

En 1962, un entomólogo llegó a proponer que la Tierra antigua fue invadida por orugas, y que los insectos devoraron tanta vida vegetal que nada dejaron para los dinosaurios. El colapso ecológico resultante dejó mariposas revoloteando sobre cadáveres de Triceratops. Por supuesto, eso no explicaba cómo fue que las orugas llevaron a la extinción a las especies del cielo o el mar.

Metal espacial

Pero el acertijo no era solo el de los dinosaurios. Para la década de 1970, los paleontólogos se dieron cuenta de que un acontecimiento real y misterioso había afectado a gran parte de la vida en la Tierra. Un cálculo sitúa el saldo de víctimas en 75 por ciento de las especies fósiles conocidas, desde la pérdida total de los pterosaurios que volaban en el cielo hasta la extinción de las amonitas con caparazones helicoidales que vivían en el mar. Ese periodo también está marcado por graves reducciones en la cifra de aves, lagartos y mamíferos antiguos.

Pero incluso con la creciente evidencia, nadie tenía una idea sólida y seria de lo que causó semejante caos.

Luego, en 1980, el geólogo Walter Álvarez y sus colegas hicieron una propuesta drásticamente distinta. La capa de roca que marca el fin del periodo Cretáceo es rica en iridio, un metal muy raro en la corteza terrestre, pero más común en meteoritos y asteroides. ¿Acaso los dinosaurios y otras formas de vida fueron exterminados por un impacto espacial?

Aunque el concepto desató años de debate, con el tiempo se ha convertido en la teoría favorecida para explicar la desaparición de los dinosaurios. La prueba concluyente surgió en 1991, con el descubrimiento del cráter Chicxulub frente a la costa de la península mexicana de Yucatán. Y desde entonces, investigaciones ulteriores han implicado aún más al antiguo asteroide. En 2010, un grupo de 41 investigadores publicó un artículo de posición en la revista Science, afirmando que el impacto fue el factor más importante para conducir al mundo a su quinta extinción masiva.

A la caza de disparadores

Mas el debate no ha terminado. Incluso ahora, un puñado de expertos prefiere la idea de que erupciones volcánicas masivas en India, niveles marinos cambiantes, y otras causas fueron más importantes para el evento de extinción.

Y eso, sin mencionar las persistentes argumentaciones sobre los propios dinosaurios. Apenas esta semana, Benton y sus colegas publicaron su apoyo para la propuesta de que los dinosaurios ya estaban en decadencia durante los 24 millones de años previos al impacto, de modo que se habían vuelto especialmente vulnerables e incapaces de recuperarse. Esto contradice una investigación anterior, la cual halló que los dinosaurios se encontraban en perfectas condiciones hasta el día del impacto; e indica también que aún se desconocen muchas cosas sobre lo que ocasionó que desaparecieran todos los dinosaurios, excepto las aves.

Para ayudarnos a entender mejor el momento apocalíptico de los dinosaurios, el nuevo proyecto de perforación pretende extraer núcleos de distintos niveles del cráter, a partir de ahora y hasta junio. Además de proporcionar nuevos detalles geológicos sobre cómo se forman los cráteres de impacto, los investigadores esperan reunir información nueva sobre los disparadores de los cambios ambientales generalizados, y también de cómo fue que se recuperó la vida después que pasó lo peor.

No hay duda de que el cráter Chicxulub guarda los secretos de la muerte, pero también podría enseñarnos a apreciar la resiliencia de la vida.

Fuente: National Geographic en Español

 

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