Ernesto C. Enkerlin Hoeflich
Las áreas protegidas o áreas de conservación en diversas modalidades han surgido desde hace varios siglos en la gran mayoría de las culturas y sistemas de gobierno. De esta manera se pueden considerar como un rasgo cultural de la sociedad moderna y por los propósitos que persiguen como un significativo legado intergeneracional.
Hoy que el 80% de los latinoamericanos y caribeños y más del 60% de los habitantes del planeta vivimos en ciudades. Las áreas protegidas se convierten en una necesidad cada vez mayor para mantener opciones y nuestra calidad de vida. Las áreas protegidas y similares áreas de conservación nos sirven además para reencontrarnos con la naturaleza y disfrutar al aire libre en condiciones auténticamente naturales. A la vez están en mayor riesgo que nunca pues aún no hemos logrado incorporarlas plenamente y priorizarlas en las decisiones nacionales de los países del mundo.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza a través de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas, que me honro en presidir desde 2012, ha establecido una plataforma para dar a conocer el número, estado de conservación y avances de las áreas protegidas del mundo. Protected Planet es una iniciativa conjunta con el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) que busca que los ciudadanos del planeta nos podamos enterar y sobre todo que los decisores de la sociedad civil y los gobiernos puedan mejorar la gestión de dichas áreas. Les recomiendo mucho que naveguen en el para ver las bellezas que tenemos en todo nuestro planeta.
El conjunto de las áreas protegidas no son poca cosa pues según el Protected Planet, e incluyendo los territorios de comunidades rurales e indígenas quienes los cuidan de acuerdo a sus usos y costumbres, abarcan poco más del 20% de la superficie terrestre de nuestro planeta. Esto las hace el mayor compromiso histórico de la humanidad con un uso deliberado del territorio.
Reconocidas casi universalmente como un beneficio para la colectividad y “bienes públicos” que deben ser cuidados para poder seguir prestando dichos beneficios en cantidad y calidad y de manera permanente o a perpetuidad. Tristemente aun cuando su importancia es reconocida siguen siendo poco atendidas y en muchos círculos se es ve como áreas “desperdiciadas” aun cuando contribuyen más a la economía y generan flujos de beneficios diversos que muchos de los usos determinados como “productivos”.
Cuando se habla de balancear el desarrollo con la conservación no se piensa en que las áreas protegidas deben ser defendidas pues un uso diferente del territorio siempre será posible en el futuro sin embargo una vez destinados se pierde para siempre su función de conservación de que pedazo le cortamos al área para que “contribuya al desarrollo”.
Las áreas protegidas son necesarias, más correctamente indispensables, para salvaguardar los beneficios de la naturaleza que constituyen la trama de la vida y sin los cuales la civilización humana estaría en riesgo. A la vez no son suficientes y su mero establecimiento sin un compromiso de verdaderamente asegurar su conservación simplemente resulta en un engaño.
Los conservacionistas frecuentemente decimos que “no es la naturaleza la que nos necesita a nosotros sino somos nosotros quienes necesitamos de ella”. Si bien esto es correcto nos enfrentamos a un dilema que es tanto pragmático como ético pues si no atendemos al llamado e imperativo de conservar la trama de la vida estaremos dañando a la naturaleza de manera irreparable en términos de la escala humana y con ello nos traeremos a nosotros mismos muchos problemas que afectaran primero y más severamente a quien menos tienen. Por ello también contribuyen de manera efectiva como un componente del pago de la hipoteca social. La reciente encíclica del Papa Francisco I Laudato Si representa uno de los acontecimientos más significativos en particular para la región latinoamericana en la incorporación de las personas de fe en buscar el cuidado de la casa común y donde la importancia de las áreas protegidas recibe varias menciones.
En noviembre de 2014 en Sídney, Australia tuvo lugar el VI Congreso Mundial de Parques que se celebra cada 10 años y donde se establece la agenda internacional en materia de áreas protegidas. Uno de los principales resultados y que capturó este importante momento fue “La Promesa de Sídney” un documento y una serie de compromisos para asegurar que las áreas protegidas verdaderamente se constituyan en un legado intergeneracional de manera que alcancemos la sostenibilidad (http://worldparkscongress.org/about/promise_of_sydney_vision_es.html). Un sencillo y profundo concepto que básicamente pretende que nuestro planeta alcance para todas las personas, todas las generaciones y todas las especies. Cualquier cosa menos que esto sería indigno de la única especie que tiene la capacidad de visualizar el futuro y buscar que este sea uno que precisamente de cabida a las necesidades, sueños y aspiraciones de cada generación sin mermar el de las subsiguientes.