Por Omar Shamir Reynoso
Coordinador de Programas Medioambientales de GFDD en la República Dominicana.
Recientemente, Pixar Animation Studios ha dado continuidad a su película Buscando a Nemo, ganadora del Oscar en 2003, esta vez buscando a su entrañable amiga Dory (Paracanthurus hepatus)
¿Por qué no buscar a Dory?
Desde el inicio de la saga, toda una generación cambió drásticamente su opinión acerca de los mares y los océanos. Esto despertó una gran demanda por los peces ornamentales, lo que a su vez supuso un costo muy alto para las especies e incluso para todo el ecosistema.
Pero ¿qué significa esto para las especies de la saga de Pixar? Cada año millones de peces de la especie Amphiprion percula alimentan el sueño de millones de niños y adolescentes por liberar el ejemplar para emular el famoso encuentro entre padre e hijo que parece no tener fin.
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La carismática Dory, protagonista de la nueva fábula, hace que millones de peces viajen por agua, tierra y aire, haciendo que el proceso ecológico, cuyo equilibrio es tan frágil y del cual forman parte estas nuevas estrellas del cine, sea interrumpido.
Sacar provecho del mar ha sido un modo de vida ancestral, pero en el caso de la República Dominicana existe la percepción de que el impacto ecológico de la pesca para el mercado alimentario es superior al de la pesca de ornamentales.
¡Pues no! Debido a que ninguna de ellas es regulada ni fiscalizada correctamente, las consecuencias pueden volverse irreversibles.
Según un análisis del Center for Biological Diversity, en los Estados Unidos de Norte América, 6 millones de peces tropicales son importados cada año para la industria de ornamentales.
“Al igual que Buscando a Nemo, Buscando a Dory desencadenó una compra compulsiva de peces tropicales que amenazan ciertas poblaciones de peces en su medio natural, ya que están siendo extraídos para confinarlos en un entorno completamente ajeno a su realidad y para fomentar la falsa creencia de estar ayudando, cuando en realidad se está aniquilando”.
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Sin duda, la R.D. no se queda atrás de tan lucrativo negocio. Según datos obtenidos del CEI-RD, en el año 2014 se exportó hacia Europa, Canadá y los Estados Unidos un total de 29.751 Kg en el reglón de peces ornamentales vivos.
Estas cifras, junto con la falta de regulaciones y controles adecuados, deberían ser una llamada de alerta para el Gobierno y los diversos sectores de la sociedad civil, de que no es por falta de iniciativa si no por falta de voluntad que no se hace nada.
¡Piénsalo!, Dory o su equivalente en el caribe (Acanthuridae) pesa en promedio 0,6 Kg. ¿Cuántos otros peces de su mismo peso tuvieron que ser extraídos para alcanzar estas cifras?
Para mayor tragedia, el lado oscuro de esta industria atenta contra la salud de los arrecifes, las poblaciones de peces y otros organismos, pues las posibles consecuencias a las que nos exponen no únicamente se derivan de los métodos extractivos y nocivos, sino que con la importación no solo se importan los peces si no que estos son vectores de patógenos que amenazan a nuestras especies.
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Para los países de la región del Caribe, la introducción del pez león como especie exótica invasora, tiene un impacto incalculable, siendo una de las hipótesis que su introducción a estas aguas se produjo como consecuencia del comercio de peces ornamentales.
Únicamente unas cuantas especies de peces ornamentales pueden reproducirse en cautiverio; la gran mayoría son extraídas del medio silvestre y la creciente industria no da abasto a las demandas.
Hoy en día los bienes y servicios que ofrecen nuestros arrecifes también deben satisfacer un deseo banal, el cual puede ser fácilmente sustituido con el simple hecho de conocer y amar lo que tenemos en nuestro medio silvestre.
Sin duda, esperamos que el éxito de taquilla se convierta en acciones que garanticen la sostenibilidad de la industria.
El establecimiento de cuotas de captura, técnicas de captura amigables con el medio ambiente y el monitoreo periódico de la industria, son algunas de las medidas que son necesarias en el mediano plazo.
Las formas de vida marinas deben ser sostenibles para que los océanos se conserven saludables para las generaciones futuras.
Fuente: Muestra de Cine Medioambiental Dominicana