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Descubren una misteriosa especie nueva de ballena

Craig Welch

Como todo buen misterio, este empezó con un cadáver, aunque el cuerpo en cuestión medía 7.3 metros de largo.

En junio de 2014, los restos flotaron hasta la costa de la comunidad insular de St. George, parte de las islas Pribilof, un diminuto oasis de rocas y hierba en el corazón del Mar de Bering, Alaska. Un joven profesor de biología detectó el cadáver medio enterrado en la arena de una playa desierta azotada por el viento, así que dio aviso a una ex investigadora de lobos marinos quien, de primera instancia, creyó saber qué habían encontrado: un zifio de Baird, un animal grande y gris que se zambulle a grandes profundidades y que al morir, a veces es arrastrado por la marea hasta algún litoral.

Pero después, un análisis detallado reveló que la carne era demasiado oscura y la aleta dorsal, demasiado grande y flexible. Además, el animal era demasiado corto para ser un adulto, aunque sus dientes estaban muy desgastados y amarillentos debido a la edad.

Es muy emocionante pensar que en 2016 seguimos descubriendo cosas en nuestro mundo, incluso mamíferos de más de seis metros de largo.

Phil Morin | Centro de Ciencias Pesqueras del Suroeste, NOAA

Según la reciente investigación, publicada el martes 26 de julio, resulta que no se trata de un zifio de Baird (Berardius bairdii), sino de una especie de zífido completamente nueva: un cetáceo negro, más pequeño y de forma extraña, que los pescadores japoneses siempre han llamado karasu o cuervo.

“No sabemos cuántos hay, dónde suelen encontrarse, nada –dice Phillip Morin, genetista molecular del Centro de Ciencias Pesqueras del Suroeste, en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA)-. Pero vamos a empezar a buscarlos”.

Es muy raro descubrir una especie nueva de zífido. Los adelantos en la investigación de ADN permitieron que los científicos identificaran cinco nuevas especies de cetáceos en los últimos 15 años, pero dos eran delfines y la mayor parte fueron simples divisiones de categorías entre especies bastante similares. En cambio, este animal, del género Berardius, tiene un aspecto muy diferente de su pariente más cercano y además, vive en un área del Pacífico Norte donde, desde hace décadas, los mamíferos marinos han sido investigados ampliamente.

“Es un acontecimiento muy importante –afirma Paul Wade, coautor del estudio y miembro del Laboratorio Nacional de Mamíferos Marinos de NOAA-. Si te pones a pensar, en tierra, es excepcionalmente raro descubrir una nueva especie de mamífero grande. Es algo que no sucede a menudo. Es realmente notable”.

Esqueletos, hocicos, y polvo de hueso

Morin y su equipo examinaron el cadáver de St. George, tomaron polvo óseo de viejos especímenes museográficos, y revisaron pruebas de ADN de zífidos del Mar de Ojotsk. Estudiaron cráneos y hocicos, y analizaron los registros de flotas balleneras japonesas. Incluso localizaron un esqueleto que colgaba del techo en el gimnasio de una secundaria en las islas Aleutianas.

En el estudio publicado en Marine Mammal Science, los científicos concluyen que este tipo de zífido, que todavía no recibe nombre científico, está tan apartada genéticamente del zifio de Baird del hemisferio norte como lo está de su pariente conocido más cercano, el zifio de Arnoux (Berardius arnuxii), que vive en el océano Antártico. De hecho, insisten en que las diferencias son tan drásticas que el animal tiene que ser otra especie.

“Es muy emocionante pensar que en 2016 seguimos descubriendo cosas en nuestro mundo, incluso mamíferos de más de seis metros de largo”, dice Morin.

No es el único entusiasmado. Robert Pitman es miembro del comité de taxonomía de la Sociedad de Mastozoología Marina, la cual publica un listado anual de todas las especies de mamíferos marinos. Aunque no es uno de los 16 coautores del artículo de Morin, Pitman considera que el descubrimiento es “alentador” en un momento en que la diversidad de mamíferos marinos está disminuyendo (el baiji o delfín chino de Río [Lipotes vexillifer], endémico del Yangtzé, está funcionalmente extinto, y la vaquita marina de México [Phocoena sinus] está a punto de desaparecer).

“Me parece increíble que una un cetáceo grande, y de aspecto muy distinto, haya pasado inadvertida a la comunidad científica durante tanto tiempo –dice Pitman-. Es un claro mensaje de lo poco que sabemos sobre lo que vive en el océano que nos rodea”.

El hallazgo también plantea nuevas interrogantes en cuanto a si la humanidad está tomando conciencia de las amenazas que representan las actividades marinas, desde la exploración energética hasta el uso de sonares, dado que muy pocas personas sabían siquiera que semejante animal existía.

Un animal irreconocible y desconcertante

De las 88 especies de cetáceos vivas y reconocidas, incluidas las orcas, las jorobadas, los delfines nariz de botella y las marsopas de Dall, 22 son zifios. Los más grandes son los zifios de Baird (a veces llamados nariz de botella gigantes, ballenas picudas); pueden medir entre 10.7 y 12 metros de largo, y alcanzar un peso de hasta 10.9 toneladas. Estos animales viajan en grupos grandes, pueden sumergirse a profundidades de 914 metros, y permanecer bajo el agua hasta una hora. Aunque aún son cazados en Japón, poco se sabe sobre los zifios; en parte, porque pasan mucho tiempo alimentándose, y explorando extensos y profundos cañones alejados de la costa.

St. George es una isla de 91 kilómetros cuadrados con 100 habitantes, y frecuentada por cientos de miles de focas y 2.5 millones de aves. Cuando Christian Hagenlocher halló el cetáceo muerto en Zapadni Bay, la ex investigadora de focas, Karin Holser, pensó que se trataba de un zifio de Baird. Pero conforme las mareas y las corrientes revelaron más del animal, Holser se dio cuenta de que no lo reconocía, así que consultó el libro de identificación de cetáceos de un colega, y envió fotografías a otros expertos de Alaska.

“La aleta dorsal era más grande, más caudal, y más curvada que la del zifio de Baird –explica Michelle Ridgway, ecologista independiente, quien llegó unos días después a la isla-. La estructura de la mandíbula y la forma del melón del cráneo tampoco correspondían”. Y este zífido, aunque a todas luces un adulto, era apenas dos tercios del tamaño de un zifio de Baird completamente desarrollado.

Holser y otros residentes de la isla midieron al animal. Ridgway tomó muestras de tejidos, e hizo arreglos para que unos intermediarios enviaran los restos del espécimen, un tanto fétidos, al laboratorio de Morin en el sur de California.

Morin se sintió intrigado.

Tan misteriosa que es “casi folclore”

Apenas nueve meses antes, Morin había leído una nueva investigación de unos científicos japoneses que intentaban describir las diferencias entre los zifios de Baird y una rara variedad negra que los balleneros habían mencionado desde la década de 1940. A veces, detectaban grupos de esas ballenas más pequeñas en el Estrecho de Nemuro, Japón, pero solo entre abril y junio. No obstante, los científicos no tenían registro alguno de un animal vivo.

“Son casi folclore”, dice Morin.

En el otoño de 2013, los científicos japoneses especularon que podría tratarse de una especie desconocida de zifio, pero llegaron a esa conclusión a partir del ADN obtenido de solo tres animales que habían varado frente a Hokkaido. Por ello determinaron que necesitaban más evidencias.

Incluso antes de recibir las muestras de St. George, Morin trató de encontrar más especímenes.

Revisó la colección de tejidos de NOAA y extrajo las 50 o más muestras identificadas como zifio de Baird. Mediante pruebas de ADN, halló dos que tenían una estrecha correspondencia genética con las pequeñas ballenas negras que los científicos japoneses estudiaron en 2013. Una de ellas procedía de un animal que fue arrastrado a la costa en 2004 y que terminó exhibido en el gimnasio de una escuela en Dutch Harbor, donde los científicos siempre pensaron que era un zifio de Baird joven.

Así mismo, Morin siguió la sugerencia de uno de los científicos japoneses, quien había identificado un esqueleto con cabeza de forma inusual, el cual databa de 1948 y se encontraba albergado en el Instituto Smithsoniano. También localizó otro esqueleto en el Museo de Historia Natural del Condado de Los Ángeles, cuyas medidas corporales correspondían al pequeño ejemplar negro. Morin fue a las dos instituciones, tomó muestras de material óseo de los dos especímenes, e hizo pruebas de ADN. Ambos coincidieron con karasu.

Junto con el zífido de St. George, Morin finalmente tenía cinco nuevos especímenes similares a los tres hallados en Japón.

Pero para describir una nueva especie “necesitas construir líneas de evidencia, y eso es muy difícil de hacer con un animal que nadie ha visto vivo”, informa Morin. Con todo, las medidas corporales de los zifios de Baird y el pequeño zífido negro demostraron ser muy diferentes, igual que su ADN mitocondrial y nuclear.

Los zifios de Baird cubren un territorio que abarca todo el Pacífico Norte, desde Rusia y Japón hasta el noroeste de las costas de México; y su variación genética es insignificante. En cambio, las secuencias de los cinco nuevos especímenes negros que analizó Morin, todos procedentes del Mar de Bering o las Aleutianas, diferían mucho de los zifios de Baird.

“La variación genética dentro de los especímenes negros fue pequeña, mientras que la divergencia entre ellos y los zifios de Baird fue mucho mayor –señala Morin-. Ese es nuestro argumento principal”.

Aún hay que describir y nombrar formalmente a los ejemplares negros y más pequeños, y los hallazgos de Morin tendrán que ser analizados por expertos en taxonomía de cetáceos. No obstante, Pitman y otros consideran que los investigadores han armado un caso sólido para postular una especie nueva.

“Cada vez dañamos más nuestro medio ambiente, y ni siquiera podemos conservar la biodiversidad conocida –dice Morin-. Sin embargo, hay mucho más de nuestro mundo que ni siquiera entendemos”.

Fuente: National Geographic en Español.

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