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Deportes olímpicos de la antigüedad que ya no se practican

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Nick Romeo

Los aficionados a los Juegos Olímpicos modernos podrían reconocer muchos aspectos de las Olimpiadas de la antigüedad: competencias internacionales de élite, decenas de miles de espectadores vitoreando, eventos como carrera, lucha, lanzamiento de disco y jabalina. Hoy como antaño, los contendientes olímpicos pasan años practicando con entrenadores expertos, y los vencedores son cubiertos de gloria y riqueza.

Sin embargo, hay otros elementos de los juegos olímpicos antiguos que resultarían extraños a los espectadores modernos. Por ejemplo, es difícil imaginar a los olímpicos modernos sacrificando 100 bueyes; al público azotando a los atletas tramposos; o una carrera con armadura completa. Los atletas del pasado competían al natural, examinaban las entrañas de los animales sacrificados para ver si profetizaban su victoria, y eran recompensados solo si ganaban un evento (no había premios para el segundo o tercer lugar).

Pese a la clara conexión entre los juegos olímpicos antiguos y modernos, la profunda influencia de la guerra y la religión en las Olimpiadas originales daba pie a un espectáculo que, en muchos sentidos, sería irreconocible para las audiencias modernas.

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Destreza en batalla y en los deportes

Las primeras Olimpiadas de que se tiene conocimiento, se llevaron a cabo en 776 a.C., en el sitio de Olimpia, en el Peloponeso occidental. Es probable que surgieran de la práctica de celebrar juegos funerarios para honrar a los guerreros caídos y los héroes locales, aunque algunos mitos señalan que el fundador fue el semidiós griego, Heracles. Los juegos se observaban cada cuatro años y la costumbre se mantuvo sin interrupciones durante casi 1,200 años, pero fue abolida en 393 d.C. por el emperador cristiano Teodosio, quien consideraba que venerar a Zeus durante la celebración era una abominación pagana.

Muchos eventos olímpicos se inspiraban en las prácticas bélicas del mundo antiguo. Por ejemplo, una multitud de soldados corriendo con armadura era un medio eficaz para sorprender y aterrorizar a los ejércitos enemigos (el historiador Herodoto describe al ejército griego corriendo hacia los persas en la batalla de Maratón, una táctica que, al parecer, los invasores orientales jamás habían visto).

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Para la hoplitodromia, o carrera en armadura, 25 atletas corrían dos trechos de 192 metros de largo en el estadio de Olimpia, usando grebas y cascos de bronce, y cargando escudos que debieron pesar unos 14 kilogramos. En el lanzamiento de jabalina, los competidores debían arrojar sus lanzas hacia un escudo fijo en un poste mientras cabalgaban a galope, una práctica militar convencional que documentó el historiador Jenofonte.

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La carrera de carrozas era un evento olímpico popular, y tan peligroso que habitualmente cobraba vidas. Foto: Deagostini/Getty Images
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Las carreras de carros, con tiros de dos y cuatro caballos, eran eventos increíblemente peligrosos y populares. En Grecia se usaron carros de guerra al menos desde la época de la civilización micénica, más o menos de 1600 a 1100 a.C., y la carrera de cuadrigas (carro de cuatro caballos) era uno de los eventos más antiguos de los juegos, introducido inicialmente en Olimpia en 680 a.C. Solo los ricos podían permitirse mantener los caballos y un carro. Y si bien los dueños de los carros se llevaban la gloria de cualquier victoria, generalmente contrataban aurigas (conductores) para que ellos corrieran los riesgos de la competencia. Los accidentes eran comunes, espectaculares, y a menudo mortales, y el momento más peligroso casi siempre llegaba en las vueltas cerradas a cada extremo del estadio.

El emperador romano Nerón fue un auriga famoso, y en 67 d.C. compitió en una carrera de carros en Olimpia. Por supuesto, no fue una competencia limpia. Nerón participó en una carrera de cuadrigas con un equipo de 10 caballos. Salió despedido del carro y no pudo terminar la carrera, pero de cualquier manera fue proclamado vencedor con el argumento de que habría ganado si hubiera terminado la carrera.

Los griegos tenían eventos que llamaban pesados y que estaban muy estrechamente relacionados con el combate: boxeo, lucha, y una combinación llamada pankration (pancracio), los cuales reconocían la fuerza y la astucia táctica. Los boxeadores usaban guantes delgados hechos con correas de cuero y peleaban en campo abierto, lo que hacía imposible arrinconar al contrincante y prolongaba los combates. Si un encuentro se extendía varias horas, los boxeadores podían llegar a un acuerdo de intercambiar golpes sin protección, una especie de muerte súbita pugilística.

Y por lo menos en un caso, muerte súbita es justo lo que resultó. El geógrafo Pausanias cuenta la historia del combate entre Damoxenos y Creugas, el cual terminó cuando el primero golpeó al segundo con los dedos extendidos, perforándole el costado y arrancándole los intestinos.

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Dos atletas se enfrentan en pankration, una competencia de golpes y lucha libre que permitía de todo, excepto mordidas y picarse los ojos. Foto: World History Archive, Alamy

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La lucha y el pancracio a veces eran brutales. Para ganar, los luchadores debían derribar tres veces a sus oponentes, y como no había clases por peso, los más grandes tenían una ventaja clara. Todo estaba permitido en el pancracio, menos morder y picar los ojos. Un luchador, apodado “Señor Dedos”, se hizo famoso porque, al inicio del combate, fracturaba los dedos del contrincante para obligarlo a someterse. Otro dislocaba los tobillos del oponente.

Pese a sus visos marciales, los juegos olímpicos de la antigüedad promovían temporalmente la paz entre las ciudades-estado griegas, a menudo beligerantes. Una tablilla de bronce, conocida como Tregua Sagrada, contiene una inscripción que garantizaba el paso seguro a los atletas que asistían a los juegos y prohibía que los estados participantes emprendieran hostilidades durante el periodo olímpico. Como algunos atletas del siglo V y posteriores viajaban desde África del Norte, Asia Menor, Hispania occidental, y el Mar Negro, esa tregua terminó por ampliarse a un periodo de tres meses, y los infractores debían pagar una multa en plata al Templo de Zeus en Olimpia.

El rey de los dioses griegos, Zeus, también era honrado con abundantes sacrificios de bueyes y estatuas dedicatorias. Para II d.C., la pila de cenizas acumuladas tras los siglos de sacrificios alcanzaba una altura de siete metros.

El día que se inauguraban los juegos olímpicos, los atletas hacían un juramento a Zeus, “Guardián de los juramentos”. Hermanos varones, padres y entrenadores también rendían juramento con los atletas, quienes prometían respetar todas las reglas y aseguraban haber estado entrenando por lo menos 10 meses.

Por supuesto, hacer trampa era una tentación irresistible para algunos. Los luchadores deshonestos se frotaban el cuerpo con aceite para resbalar de las manos de sus contrincantes. Entre otros métodos de fraude, quedó documentado el soborno de jueces e incluso de compañeros competidores. Si los descubrían, eran multados y azotados públicamente, y su vergüenza quedaba inmortalizada en estatuas inscritas que flanqueaban la ruta que recorrían los atletas para ingresar en el estadio.

Como muchos aspectos de los juegos olímpicos antiguos, esta costumbre no corre el riesgo de ser resucitada por el Comité Olímpico Internacional.

 Fuente: National Geographic en Español

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