La conversación bien llevada es uno de los mayores deleites del espíritu.
Cuando Ud. ve a las personas en los lugares públicos, conectadas a tantos aparatos diferentes y tan desconectadas unos de los otros, le puede surgir una pregunta: ¿tal exceso de conectividad virtual, se debe a la falta de la conversación; o, al revés, la hiper conexión es la que no permite conversar?
En realidad, es difícil responder a esta pregunta. Pero una cosa seguramente le es fácil de observar: la conversación está muy venida a menos entre nosotros.
Y, sin embargo, ella es el principal medio que tenemos no sólo para comunicarnos en el sentido práctico y utilitario de la palabra, sino, y muy principalmente, en el sentido más alto de lo que significa comunicarse.
En realidad la conversación es un verdadero arte, que otrora fue muy apreciado y practicado por todas las clases sociales y todas las generaciones chilenas. No era fuera de lo común que al “sonar el cañonazo de las 12” en el cerro Santa Lucía, los santiaguinos que habían parado a conversar con un amigo, se despidieran sorprendidos de cómo el tiempo les había pasado sin notarlo, entretenidos como estaban en la conversación.
Ella aún resiste en pequeños ambientes los últimos ataques del individualismo. Y, naturalmente el ambiente donde la conversación aún debe ser más cultivada es precisamente en la familia, pues es allí donde todos comenzamos a comunicarnos, a oír, a hablar y a ser escuchados.
No es exagerado decir que una de las razones por las cuales los matrimonios muchas veces duran muy poco tiempo es por la falta de cultivar la conversación entre los esposos. Similar situación se da entre padres e hijos; la conversación muchas veces es breve, esporádica y trata casi exclusivamente sobre temas estrictamente prácticos e inmediatos.
La conversación alcanzó el nivel de una verdadero arte en el Antiguo Régimen, especialmente en Francia
Siendo tan importante cultivar este arte de la conversación para la elevación de la vida de la familia y de la sociedad en su conjunto, queremos señalar algunas reglas que lo podrán ayudar a Ud., estimado radioyente, a tener elementos para poder practicarla junto a los suyos.
Para ello nos serviremos de un interesante manual sobre el arte de la conversación escrito por un sacerdote marista de Francia, el Padre José María Huguet, el año de… (no se asuste) 1895.
Lo antiguo de la publicación no le quita actualidad al tema, ni a los principios que ahí se dan. Las cosas no son oportunas porque sean viejas o nuevas, sino por ser verdaderas y necesarias. Pasamos por lo tanto a dar algunos de los principios que nos da el religioso marista en su libro.
El primer principio es muy básico, pero bastante olvidado en nuestro medio. Se trata de la importancia de una buena pronunciación. “La pronunciación, dice el autor del libro, es una cosa muy importante para hacerse entender y en consecuencia para escuchar. El tono de la voz, los gestos, la mirada, las palabras son los intérpretes de nuestras emociones y de nuestros pensamientos; a menudo ellas tienen más fuerza que las propias palabras”.
En palabras más simples, una buena pronunciación le da a nuestras ideas la buena apariencia de una persona que se presenta bien vestida. Debemos cuidar de ella como cuidamos de nuestra propia apariencia.
Otro principio de oro que nos entrega la obra que comentamos es la siguiente: “Es necesario hablar consideradamente, es decir con reflexión. La primera regla para hablar bien, es pensar bien. Cuando sus ideas estén ordenadas y precisas, sus palabras serán claras. ‘El hombre justo, dice el Profeta David, ordena todas sus palabras por la prudencia”. Y agrega el Eclesiastés, ‘El corazón de los insensatos está en su boca, y la boca de los sabios está en su corazón’”.
¡Cuán oportuno sería que los comentadores de TV, los periodistas y los opinólogos de todo tipo y forma tomaran esto en cuenta, antes de dirigirse al público! La pobreza del vocabulario es muchas veces consecuencia de la pobreza de la reflexión.
San Francisco de Sales, un gran predicador y escritor del siglo XVII decía que le gustaría tener sus labios abotonados, para tener la necesidad de desabotonarlos cada vez que hablase y de ese modo tener más tiempo para meditar lo que debía decir.
Otra de las enseñanzas que este manual de la conversación nos proporciona trata de la importancia de saber escuchar: “El talento de escuchar parece fácil de adquirir, y sin embargo, es bien escaso. Pocas personas lo poseen, porque pide una forma de abnegación de sí mismo; y sin embargo, cuánto tenemos a ganar con él. No solamente nos hace ser más amables, sino que nos hace aprovechar para nuestro goce, el espíritu de los otros”.
Seguramente Ud. muchas veces oyó que a algunos matrimonios les faltó comunicación y que por esta causa la unión de los esposos entró en crisis. Por eso, ¡cuán bueno sería que, antes de casarse, los novios ya tomaran el propósito de saber escuchar uno al otro!