Gladys Almonte maestra
Santo Domingo
Aunque en mi experiencia de lectora, maestra y bibliotecaria había percibido que la lectura habitual influye en la persona, le aclara el entendimiento, la torna más independiente y con cierto criterio crítico, es Michële Petit, una antropóloga francesa dedicada al estudio de la incidencia de la lectura en jóvenes en situaciones poco favorables, quien afirma que la lectura es un espacio de libertad y construcción de la persona. Tan persuasiva es su propuesta que la he hecho mía.
Yo también sostengo que la lectura es un espacio de libertad y construcción de la persona y de la sociedad.
En su libro “Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura”, la autora enfoca, por un lado, el poder que se le atribuye a la palabra escrita; por otro, la libertad del lector, y, finalmente, el papel de la lectura en la construcción de uno mismo, temas todos de inestimable valor para justificar la promoción de la lectura en nuestra sociedad, pero solo los dos últimos ocupan mi atención en este espacio.
Desde la perspectiva de la autora, la lectura es un espacio de libertad, porque una vez el lector se encuentra frente al texto, es él quien tiene el poder de interpretarlo, a partir de su contexto y apoyado en sus experiencias, sentimientos y conocimientos previos, y crea nuevo significado a la vez que va transformando y enriqueciendo sus estructuras de conocimiento. Mientras recrea la lectura desliza sus deseos.
“Nunca es posible controlar realmente la forma en que un texto se leerá, entenderá, interpretará”. Por eso es un espacio de libertad, pero también lo es porque permite distanciarse de la realidad y abrir la puerta a otras posibilidades. Y en esto se refiere no solo a la lectura recreativa, incluye también la formativa. Para esta investigadora, la lectura también es un camino para construirse uno mismo. Es aquí donde ella se aleja de otros investigadores, que la ven como un medio para el aprendizaje o un instrumento de la cultura que puede contribuir al enriquecimiento intelectual de la persona, y es precisamente donde su trabajo se constituye en un valioso aporte a la teoría de la lectura.
Parte del trabajo de Michële Petit se desarrolló con jóvenes lectores de barrios marginados de Francia y México. En él pudo ver cómo pensaban y actuaban estos jóvenes en situaciones de desventajas, y cómo se distinguían de aquellos en que la lectura no formaba parte de sus intereses. En América Latina comprendí que cuanto más difícil y violento es el contexto, más vital resulta mantener espacios para el respiro, el ensueño, el pensamiento, la humanidad. Un libro, una biblioteca son eso, espacios.
Esta propuesta de Michële Petit no es solo prometedora, sino que si somos lectores, podemos testimoniarla. Y estos solo son algunos de los beneficios.